Vértebras torácicas.


Me he quedado aquí mirando al horizonte
preguntándome porque lloro
y porque estas a mi lado 
como si no hubiera pasado el tiempo
y pisado nuestros restos
hubiéramos vuelto a aquel momento
de inexperiencia y vieja gloria.

Quieres ser musa
porque nunca escribí sobre lo jóvenes que éramos
y sobre como fuiste puente
entre mi corazón y el suyo.

Porque fuiste escalera 
y aprendizaje,
fuiste transición
y viaje.

Y en el amanecer más largo del año
te dejo ver a través de mi
(y mi daño) 
y sin haber acabado en tu lecho
me dices que me falta algo.
Vivir en mi hogar por derecho
o que mi amor reconozca lo que en verdad valgo.
A eso vienes,
supongo.
A ser conciencia de la que ya existe
pero de la que no hago ni puto caso. 

Y admito que en las rutinas del vida a vida
preparo baños con agua hirviendo
cada vez que me duele la espalda
y necesito anestesiarla
para seguir caminando
con la mirada en presente
pero nunca en futuro. 

Por eso nunca fuiste musa.
Porque nunca fuiste columna vertebral.
Porque nunca doliste.
Porque nunca palíe tu dolor.
Porque nunca sostuviste
y yo nunca quise que me soportaras.

Pero hoy estás aquí viéndome llorar.
Y no eres columna
pero eres la mano que recoge la lágrima.
La mirada que desea,
la musa que espera 
que todo vaya bien.

O que vaya mal 
y puedas abrazarme de nuevo. 

¿Te acuerdas?

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