Y sé feliz.


Al inicio del confinamiento (es posible que lleváramos una semana encerrados no más), mi hermana entró al salón pensando en voz alta que no sabía cómo Ana Frank había podido aguantar encerrada en una casa durante dos años y medio. No fue masoquismo, lo juro, simplemente curiosidad. Comencé con ganas y a días tuve que dejarlo, estar encerrada y leer un libro sobre el encierro, depende del ánimo, ayudaba más a hundirse que a levantarse.

No he terminado de leerlo pero quisiera compartir con vosotros dos fragmentos del diario y alguna reflexión. En el primero se refleja lo que a día de hoy sigo viviendo,  días de auténtico desánimo. En el segundo, un subidón de felicidad. Eso era su vida en aquel momento y lo es la mía en éste, una montaña rusa de emociones. Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba cuando me consolaba a misma de la misma manera que lo hacía Edith Frank. Pensar que otros podían estar en una situación peor era mi propio consuelo, ¿pero, y si ocurre lo peor? El consuelo nunca debería ser el mal de otros. Qué difícil es a veces ser agradecidos por las cosas más sencillas sin tener que recurrir a lo que otros tienen. Ana dice: Sal fuera, a los prados, a la naturaleza y al sol. Sal fuera y trata de reencontrar la felicidad en ti misma; piensa en todas las cosas bellas que hay dentro de ti y a tu alrededor, y sé feliz. Tal vez deberíamos aprovechar ahora, que el mundo se ha parado, simplemente para observar con detalle lo que nos rodea, valorarlo y agradecer el simple hecho de estar vivos.

Como he dicho antes, aún no he terminado el libro pero sé el final. Aún vivimos en marzo de 1944 y lo único que hago es cruzar los dedos para que Ana sea capaz de expresar lo que siente hacia Peter. “Te queda poco” pienso, “díselo” pienso. Pero siguen pasando los días y me planteo que tal vez llegue agosto y las palabras escritas se queden en eso, en algo que podría haber sido pero nunca fue, un amor de esos de adolescencia que nunca se olvida. ¿Cambiaríamos nuestra forma de actuar si supiéramos lo poco que nos queda junto a nuestros seres queridos? ¿Y si hubiera  sabido Ana que los días corrían en su contra? Las palabras bonitas nunca deberían quedarse dentro, los buenos actos nunca deberían no haber existido. Todo lo que podamos hacer o decir ahora, es un privilegio. Porque Ana ya no puede, pero tú sí.

Cuantísimo miedo tenemos por dentro.
Cuantísimas cosas nos quedan aún por aprender.  



  

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