El olor a tierra húmeda.
Colocamos la cama debajo de la ventana un poco por obligación pero la verdad es que ha sido todo un acierto. Anoche había tormenta, abrimos la ventana y nos tumbamos a ver el espectáculo. Por la calle, a lo lejos, deambulaba lo que parecía una especie de borracho. Debatimos la posibilidad de que el pobre señor tuviera algún tipo de problema en las piernas pero no, no creo. Agarrarse a un semáforo nunca es una buena señal. Cruzó cauto el paso de cebra aunque poco tardó en meterse en la carretera dando tumbos. Cuando temí por su vida lo perdí de vista. A todo esto, he leído un libro increíble que decía: "¿Qué harías si tuvieses que escoger una palabra para definir tu estado vital?". No puedo evitar pensar que, ahora mismo, mi estado vital es un poco como el estado de ese señor. Tropiezo y las piedras llevan mi nombre. No sé si me explico. A días me acaricio la piel, me susurro que todo irá bien y me permito el lujo de decir en voz alta: "Soy valiente, puedo con esto". Otros en cambio me flagelo a mi misma con preguntas crueles del tipo: "¿cómo no eres capaz de...?". Doy tumbos de un estado a otro a horas, a días, a meses. Convivir con una misma debería considerarse deporte de alto riesgo. Al menos tengo un semáforo que me sostiene ahora. A veces no es consciente de que existe una tonalidad gris entre el blanco y el negro, pero lo intenta. Sería algo así como el ámbar, un estado latente. Existo sin manifestar vida. Tengo la triste sensación de que me estoy perdiendo de vista y no sé como hacer para salvarme.
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